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Sentirse uno

Es difícil llegar a sentirse uno,
a identificarme contigo con tal intensidad
que no pueda saber donde esmpiezas tu
y donde termino yo.

Es un aprendizaje lento y complicado
que necesita la fuerza y la constancia del deseo,
de un deseo tenaz
que hace del placer, virtud.

He conseguido aprender a estremecerme
al sentir el temblor que transmiten
las terminaciones nerviosas, bajo tu piel
al contacto de la yema de mis dedos.

Es difícil sentirse uno,
pero ya soy capaz
de volver a vivir cada sensación
de nuestro primer encuentro,
cuando aspiras profunda y lentamente
el aroma que brota de mi pecho.

Y que mi saliva, se vuelva salobre
cuando hurgas ansiosa con tu lengua
el hueco de mi ingle y la piel de mis testículos.

Pero todavía me queda un largo camino,
que me lleve a no saber
de quien es el miembro que rellena tus huecos,
a sentir que me penetras,
a saber que te acojo dentro de mi,
a respirar el aire que entra por tu boca,
a gemir con tu garganta
y a correrme cuando llega tu clítoris al borde del abismo.

Tratamiento rejuvenecedor para corazones dañados

Busca un puñado de palabras amables
en tu mismo oido,
aquellas a las que no atendiste porque estabas
concentrada en tu propio dolor
o en tu propia resignación.
Tómalas ahora, anótalas en un papel,
pronunciátelas en un susurro, quema el papel
y mezcla sus cenizas con tu crema corporal.

Pide prestadas unas manos suaves,
entrégales la crema corporal
y diles que unten tu cuerpo entero,
despacio, hasta sentir que los poros de tu piel absorben
las palabras que anotaste.
Concéntrate en el tacto de los dedos
que abre el apetito dormido de tu cuerpo.

Consigue unos labios que te rocen suaves
y una lengua que limpie ahora tus poros de cenizas,
devolviendo a tu piel
las sensaciones ocultas
que creias muertas bajo el frio.
No temas estremecerte y gritar
hasta hacer desprenderse y caer
las cicatrices de tu corazón.

Agradece como es debido
las palabras, las caricias y los besos
devolviéndolos multiplicados
a quien los sepa disfrutar.

Astarté

Toda la europa neolítica, a juzgar por los artefactos y mitos sobrevivientes, poseía un sistema de ideas religiosas notablemente homogéneo, basado en la adoración de la diosa Madre de muchos títulos, que era también conocida en Siria y Libia.
La Europa antigua no tenía dioses. A la gran Diosa se la consideraba inmortal, inmutable y omnipotente; y en el pensamiento religioso no se había introducido aún el concepto de paternidad. Tenía amantes, pero por puro placer, y no para proporcionar un padre a sus hijos.


Robert Graves, Los Mitos Griegos Vol I, pps. 14 y 15. Alianza Editorial, Madrid 1988.

Hace un tiempo, tras los orgasmos, sentía siempre una soñolencia irresistible. Hacía esfuerzos tremendos por disimularla y no caer dormido, para no decepcionar a mis eventuales compañeras de cama. Unas porque tenían tendencia a las confesiones intimás y otras porque su piel reclama a gritos una tanda de caricias postcoitales, el caso es que nunca ha sido buen momento ese para abandonarse a viajes oníricos.

Atribuí mucho tiempo esta sonñolencia al ritmo vertiginoso en el que se desarrollaba mi vida, compaginando trabajo, estudios, actividad política y una nutrida vida amorosa. Y aún sigo pensando que mucho de ello había en esta tendencia a dormir cuando echaba un polvo. Sin embargo, cuando reflexionaba sobre el fenómeno en si, me daba cuenta de que en realidad no se trataba de algo que ocurriese al terminar de follar, sino que el principio de la enajenación había comenzado durante la excitación previa, haciéndose más o menos patente en el momento de la penetración y alcanzando su cima con el orgasmo. Lo que yo vivía como somnolencia no era más que la pura respuesta física a un estado previo de iluminación mental íntimamente relacionado con la actividad coital.

A este estado de iluminación me conducía posiblemente esa mezcla de cóctel químico hormonal que segregaban mis testículos y las placentera estimulación de mi polla por el abrazo calido del coño de mis compañeras. Controviniendo mis tendencias pesonales, decidí hacer una concesión a la espiritualidad y trascender de las sensaciones de placer puramente corpóreas para concentrarme en el contenido de las revelaciones que presentía en el fondo de esos trances eróticos.

Para mi sorpresa, reconozco que soy una pesonal fundamentalmente racional y materialista, tuve que aceptar que las alucinaciones tenían un contenido recurrente y un mensaje nítido y conciso que durante tiempo me he resistido a compartir, excepto con mujeres con la que tengo la suficiente intimidad para que no me tomen por loco.

Debo reconocer que el mensaje ha ido creciendo en mi interior, erosionando ese profundo convencimiento materialista hasta hacerme profesar una profunda religiosidad que ha llegado a superar cualquier punto de duda en esta fe. En este estado me veo llamado a anunciaros esta buena nueva, convencido de que compartirla conseguirá en el mejor de los casos, aliviar en parte, los sufimientos humanos.

El heptálogo de la fe que me fue transmitido es el siguiente:

1. Existe una única naturaleza divina y esta es sin duda femenina.

2. Esta naturaleza divina no es ajena a la materia, antes bien, toda la materia se haya íntimamente impregnada de ella.

3. La expresión de la naturaleza divina, aunque compartida por toda la materia, alcanza su mayor grado de perfección en la vida animada y su más sublime manifestación en el cuerpo de las personas.

4. Los sentidos son las ventanas del cuerpo individual que nos conectan directamente con la naturaleza divina del universo que nos rodea.

5. Los sacramentos de nuestra fe son cuatro: las miradas comprensivas, las palabras dulces, las caricias amables y el sexo placentero. La manifestación máxima de adoración divina es la unión íntima de los cuerpos.

6. Los mandamientos de la nueva fe se resumen en dos: buscad y compartid la belleza como si la vida os fuera en ello y procuraos mutuamente placer en todos los actos. No hay otro cielo que el que sepais disfrutar mientras esteis vivos.

7. No olvideis nunca que ésta no es la única religión y que posiblemente ni siquiera sea la verdadera.